El Requiem Alemán de Johannes Brahms (1833-1897) es uno de los símbolos artísticos con texto sacro más importante que ha dado la historia de la música, y uno de los más representativos del denominado periodo romántico. Se trata de una obra sinfónico coral que, por sus dimensiones, podría catalogarse como gran cantata o pequeño oratorio. Brahms realizó los primeros esbozos de ésta obra hacia 1861, pero es a partir de 1866 cuando realiza la labor más profunda. Se interpretó por primera vez en un concierto privado en Viena en diciembre de 1867. Tiempo después, el 10 de abril de 1868 (Viernes Santo), tres de sus números se presentaron en la Catedral de Bremen y la totalidad del Requiem tuvo su estreno en 1869, en el auditorio Gewandhaus de Leipzig.
Las motivaciones de Brahms para componer un requiem han sido muy discutidas por historiadores y musicólogos. En un principio, por crédito de su primer biógrafo Max Kalbeck, se insistió con la idea de que el Requiem estaba inspirado por la muerte de su madre. Esta hipótesis coincide con el hecho que en cartas a Clara Schumann, Brahms confiesa que dicho trabajo estaba siendo esbozado a la memoria de su madre. Por otro lado, los extractos que utiliza de la biblia luterana se refieren al “consuelo maternal” para aquellos que la muerte ha dejado atrás: “ich will euch trösten, wie einen seine Mutter tröstet.” (Os consolare, como una madre consuela a su hijo. Isaías 66, 13). Otros estudios afirman que Brahms se vio muy afectado por el fallecimiento de su mentor, Robert Schumann, en 1856, por lo que se decidió a concluir la idea de escribir un requiem; a todo esto se suma el hecho que Brahms mencionó que dicha obra fue creada por y para toda la humanidad. Evidentemente, a pesar de que no se podría determinar o certificar una fuente de inspiración específica, todos los hechos mencionados deben haber jugado un importante papel, tanto en el trato semántico de la obra, como en el musical.
El Requiem de Brahms no se circunscribe a la secuencia litúrgica tradicional de la misa de difuntos. En su lugar, la partitura se presenta como una extensa cantata en siete movimientos donde el coro es el principal protagonista. Aunque con importantes intervenciones solistas de barítono y soprano, es la masa coral la que da un fuerte sentido de unidad a toda la obra, donde los temas generan una trama musical con un preponderante sentido de melancolía y consolación.
Johannes Brahms fue un agnóstico confeso, por lo que se entiende que su reflexión sobre la muerte toma posición no desde el pensamiento religioso, sino más bien desde la meditación filosófica y poética. Es decir, no busca explicación alguna a la trascendencia humana, sino que propone al hecho artístico como vehículo para tratar a la muerte como una experiencia de vida, fundamentalmente personal, pero esencialmente compartida e universal. Donde el hecho en sí mismo, la muerte, es algo que nos afecta y damnifica durante el transcurso de nuestras vidas, especialmente con la pérdida de nuestros seres queridos. Es aquí donde el compositor alemán dispone a esta obra, quizá la más significativa de su repertorio, como una fuente de misericordia, compasión y optimismo.
Fuente: XXIII Festival de Arte Sacro de Madrid