Cuenta Alma Mahler en su libro de Recuerdos que Anton Bruckner pasaba largas y calurosas horas del verano vienés componiendo en la bañera de su casa, sumergido en agua fría, y con las partituras encima de un taburete próximo. Y cuenta también cómo más de una vez, embebido en su composición, salía completamente desnudo a abrir la puerta de la calle, cuando alguien había tocado la campanilla, con el consiguiente espanto de quien llegaba a su casa, y máxime conociendo el recato casi patológico y conducta escrupulosa del entonces ya anciano compositor.
Anécdotas tan aparentemente triviales como ésta han sido desechadas en nuestro libro; pero la personalidad de quien la refiere – a quien hay que otorgar completa credibilidad histórica – acredita la veracidad de lo dicho, por pintoresco que pudiera parecer: recordemos el enorme respeto y veneración que Alma Mahler (1879-1964) sentía por Bruckner, más de cincuenta años mayor que ella (1824-1896).
Fuente: José Luis Temes, Apuntes anecdóticos de Historia de la Música, Madrid, Ediciones Línea, 1983.