Bach, la lucha por la libertad

Bach, la lucha por la libertad

Estamos en el ducado de Sajonia-Weimar, en 1717. Frederick Muller (Kyle Labine) es un niño de 10 años que vive con sus papás, Gerta (Rosemary Dunsmore) y Josef (Ian D. Clark). Por generaciones, los varones de la familia de Frederick se han desempeñado como ayudas de cámara de la familia reinante, y todo indica que ese será el destino de nuestro pequeño protagonista porque Josef lo educa con esmero en la servidumbre del duque Guillermo Ernesto (Eric Peterson). Sin embargo, lo que Frederick desea más que nada en el mundo es convertirse en maestro albañil, pero… ¿cómo hacer frente a la autoridad de su lerdo padre, quien es de la opinión de que un siervo no tiene otra voluntad más que la de su amo?

Un buen día, el niño tiene su primer encuentro con Johann Sebastian Bach (Ted Dykstra), el temperamental organista de la corte, quien irrumpe en una reunión para discutir con el duque las terribles condiciones en que tiene que desempeñar su labor (la capilla es muy pequeña y en ella se encierra el calor, pero cuando abre la ventana para refrescarse se meten el polvo y el ruido de los albañiles que trabajan a un lado. Además, el órgano está desafinado, y para afinarlo necesita un asistente que —por cierto— hace mucho que solicitó sin que se le haya hecho caso). Estos reclamos sacan a flote la verdadera discordia existente entre el compositor y su patrón: Johann Sebastian Bach (1685-1750), entonces con 32 años de edad, abogaba por que en los servicios religiosos se interpretara un nuevo tipo de música que liberara el alma y la llenara de vida, pero el inflexible duque Guillermo Ernesto (1662-1728), entonces con 55 años de edad, le prohíbe perder el tiempo escribiendo “tonadillas” y le ordena limitarse a seguir interpretando los acartonados “viejos himnos” que a él tanto le gustan. Impotente, Bach abandona el salón sin decir nada más porque… ¿cómo oponerse a los mandatos de la mano que te da de comer?

Sin embargo, el duque y el concertino (Ross Petty) saben que Bach posee cierto renombre que da prestigio al ducado, así que —políticos, a fin de cuentas— deciden darle la falsa ilusión de libertad concediéndole la más sencilla de sus demandas: un asistente. Así, el pequeño Frederick es enviado a la capilla para ponerse al servicio de Johann Sebastian Bach. Inicialmente, el irritado compositor acepta a regañadientes la presencia de Frederick, del que sospecha que es un espía. Por su parte, Frederick tampoco está contento: no le gusta la manera en que el compositor trata a los ruidosos albañiles que trabajan al pie de su ventana. Pero, a medida que pasan tiempo juntos, las asperezas entre ambos se van limando y convirtiendo en una entrañable amistad. Bach y Frederick descubren que lo que tienen en común es la falta de libertad para alcanzar sus sueños, y se proponen hacer lo que sea para remediarlo. Para el músico la oportunidad llega cuando la muerte del maestro de capilla deja vacante el importante puesto. Bach se apresura a solicitarlo, pero el duque ignora su petición y nombra maestro de capilla a otro músico “mejor cualificado” y dócil a sus designios. Tras este nuevo desaire, Bach decide renunciar a su cargo y solicitar un puesto en la corte del príncipe Leopoldo de Anhalt-Köthen (1694-1728). Esto molesta profundamente al duque Guillermo Ernesto, quien —para desesperación de Frederick— manda encarcelar al músico.

Dirigido en 1995 por el cineasta canadiense Stuart Gillard (Teenage Mutant Ninja Turtles III, RocketMan, Charmed, Salvation), Bach, la lucha por la libertad es un mediometraje televisivo que forma parte de una serie de títulos de carácter educacional (Beethoven vive en el piso de arriba, El sueño de Bizet, La última oportunidad de HändelEl fantasma de Rossini, entre otros) —todos escritos, producidos y/o dirigidos por el cineasta canadiense David Devine— en los que se aborda algún momento crucial en la vida de un personaje famoso a partir de su relación con un niño. Aunque carentes de rigor histórico en beneficio de la trama, estas películas de corte familiar son un loable esfuerzo por interesar a los más pequeños en el mundo del arte y la ciencia, además de proporcionarles una lección de vida. Así, en Bach, la lucha por la libertad el cineasta toma como ejemplo el penoso incidente del encarcelamiento de Johann Sebastian Bach por parte de Guillermo Ernesto de Sajonia-Weimar —quien debido a esta decisión pasó a la historia como un patrón injusto e ignorante— para mostrar no solo la manera en que el sistema de mecenazgo limitaba (¿limita?) la libertad creativa de los artistas, sino también el hecho de que —aunque parezcan lejanas— las metas personales se alcanzan luchando por ellas.

Filmada en la República Checa, esta modesta película cuenta con hermosos escenarios, una magnífica fotografía, inolvidables caracterizaciones y una estupenda banda sonora formada por algunas de las obras más conocidas de Johann Sebastian Bach en la interpretación de la Orquesta Filarmónica Eslovaca bajo la dirección del maestro Ondrej Lenárd (1942). Disfrute nuestro amable lector la lucha por la libertad de Bach y el pequeño Frederick.

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